Hace tiempo que no os cuento nada, pero es que si os digo la verdad… hay poco que contar. Los días van cayendo del calendario, uno tras otro, y no ocurre nada especial.
Todos los días pongo mi despertador a las 11.00. Todavía no he conseguido levantarme a esa hora desde que terminé de ir a clases hace poco más de una semana. El movimiento para hacer callar al horrible sonido que surge de él ya es instintivo. Bueno, instintivo quizás no del todo… A mis adentros más profundos les encantaría estrellar ese aparato emisor de sonidos despertadores contra la pared, pero luego llega un brote de consciencia a mi atontado ser que me recuerda que ese es mi móvil y que cuesta un dineral. Contrólate, Dani. Poco después el lado más irresponsable de mí toma las riendas, tira de mi columna hasta hacerla coincidir con el abismo que mi cuerpo ha creado en su largo reposo en el colchón y cede el testigo a Morfeo, que ya sabe que estoy a su merced.
Y así hasta las dos del mediodía, que en realidad es mi mañana. Es entonces cuando me empieza a doler el estar en el lecho, muero de calor, me arrastro al baño y me adecento. Desayuno. ¿Adivináis qué?
Sí, ¡macarrones con tomate! Nada mal, ¿eh?
Mi día continúa. Es el momento de dejarse caer por internet. Me espera el correo, el trabajo en la web, las redes sociales, los dichosos trabajos de cine… ¡Mira! Creo que esos trabajos son los únicos que cambian; cada día un director diferente. Ojalá ocurriera así con la gente con la que hablo. Que sí, que son tus amigos, que te encanta hablar con ellos, pero… ¿y si apareciera gente nueva? ¿Y si esos amigos con los que nunca hablas o con los que dejaste de hablar hace un siglo hicieran un amago de querer hablar contigo? Podríais ser buenos y seguir vuestras conversaciones, que sois fríos como el hielo. La gente cuando habla no quiere un «sí», «jaja», «qué guay», implicáos un poco y abrid el círculo. Pero bueno, a nadie le va a importar. Quizás a los tres o cuatro que me estéis leyendo, que además seréis mis amigos y os enfadaréis por lo que acabo de decir. O deberíais, la verdad.
¡Sigamos con mi interesante día! Ah, sí. Termino un trabajo de cine, ¡bien! Ya solo me quedan X más. A ver cuándo los acabo de una puta vez y empiezo de estudiar. Me voy a despejar un rato, me voy a la ducha. Pero antes… voy a ver el Facebook, seguro que Edo me habla ahora. ¡AHÍ ESTÁ! ¡ESTO ES PEOR QUE «EL SHOW DE TRUMAN»!
¿Es que todo está tan meticulosamente calculado en mi vida? Pues cada día me voy dando cuenta de que así es. Dicen que una imagen vale mil palabras. Aquí os dejo mi cena de hoy. ¿Os suena?
¡Sí! Vuelve a haber macarrones. El mismo yogur, la misma bebida, la misma servilleta, la misma cuchara. Por cambiar algo, cambia el tenedor y la calidad de la imagen (horrible por la falta de luz).
Hoy, para variar, escribo esta entrada. Una carta de socorro para el que se atreva a venir a salvarme.